lunes, 28 de abril de 2008

Por la ciudad ibérica de La Punta de Orleyl

El fin de semana se las prometía aburrido, sin gran cosa que hacer en la casa de mis padres en la Playa de Móncofar. Me había llevado la Merida para dar una vuelta pero hacía muchos años que no cogía una bicicleta por aquella zona.

Tenía planeado una especie de paseo para matar el tiempo: rumbo a la Playa de Chilches esperaba toparme con algún resto de la Torre Caída que no visitaba no sé desde cuando. Desde allí la idea era dar media vuelta y visitar la playa de Nules. Aburrido y llano.

Lo del ladrillo es alucinante, a veces no reconozco el que fuera mi pueblo. En fin, todo listo para urbanizar, puerto deportivo incluido. Así que de repente me encontraba en la playa de Chilches sin rastro de la torre caída. ¿Se la habrá terminado de tragar el mar? ¿Habrá sido ocultada por el urbanismo feroz? Tal vez simplemente no la vi.


Decepcionado di media vuelta y me puse rumbo a Nules pero a penas había pedaleado cuando una pequeña loma, que presumiblemente no superaba los 200m de altura, llamó mi atención. No debía estar muy lejos, menos de 10 km, y se veían construcciones así que debía tener caminos.

"A por ella" pensé. No tenía ni idea de cómo llegar pero intentarlo le daría emoción al tedioso sábado que me esperaba. Afortunadamente la carretera avanzaba perpendicular a la montaña y una par de puentes y una futura rotonda después (si hay algo que no falta en toda la provincia de Castellón son rotondas) me encontraba en las inmediaciones de esa "montaña".


Era el momento de no cagarla, así que pregunté a un hombre que trabajaba en su campo y me indicó por donde comenzar la subida. Todo era perfecto, el asfalto desaparecía y se convertía en tierra. Nada más entrar un cartel turístico, resultaba que aquello era una ciudad ibérica y el lugar hasta tenía nombre: La Punta de Orleyl.

Las sorpresas no acababan ahí, el camino era realmente inclinado con tramos asfaltados de cemento para que los vehículos que suben no pierdan tracción. Así que con un poco de esfuerzo se llega en a penas un km a los 200m de altura. Pero todo esto indicaba algo: la bajada debía ser realmente divertida y rápida.

Me empeñé en grabarlo pero no tenía nada preparado así que intenté acoplar la cámara en mi pecho, improvisación total claro. El tema salió como tenía que salir, mal, grabé una bonita escena de suelo. ¡No podía ser! Había que volver a subir y grabarlo y así lo hice. Intenté acoplar la cámara mejor y el resultado fue... malo. Rodé un bonito anuncio de mi Rock Shox Tora. Dos minutos de la horquilla subiendo y bajando. ¡Agggg! ¡No podía ser! Tenia que volver al día siguiente con algún invento que sujetase bien esa maldita cámara.

Así llegamos al Domingo, al menos el fin de semana estaba resultando interesante. El artilugio en cuestión era bastante cutre y consistía en una riñonera agujereada sujetada al manillar. De nuevo subí esa odiosa cuesta y antes de bajar una pequeña prueba. Todo parecía ok.

Tercer descenso y ya me resulta todo más familiar así que doy un pequeño salto al poco de salir al encontrar una piedra en mi camino y cuando llegué abajo minuto y medio más tarde el efecto de aquel salto había sido poner en pausa la grabación. ¡Diosssssssssss! ¡No era posible! Otra vez para arriba...

Cuarto intento y comienzo la grabación asegurando que no voy a volver a subir. Arranco y me dejo de saltos e historias, me limito a trazar sin dar a los pedales más que cuando la cuesta pierde bastante inclinación. Entro en el primer tramo de cemento, aquí es donde la cosa se pone interesante y subes a unos 50 km/h (repito que sin pedalear). Entonces ves el final del cemento y su unión con la tierra deja ver una pequeña franja que impresiona e invita a tocar los frenos. En realidad es lo que había hecho en las tres ocasiones anteriores pero mi peligrosa confianza en la Tora hizo que esta vez no lo hiciera. Una pequeña vibración me indicaba que había cambiado de superficie y al parecer aguantaba sobre la bicicleta. Esto me hizo llegar a los 60 km/h. La cosa se acababa, llegué al segundo tramo de cemento que marca el momento de clavar los frenos. Intente recolocarme en la zona izquierda pues la recta acaba en una curva de 90º a derechas. Pero eso me distrajo, cuando empecé a frenar me di cuenta de que era demasiado tarde. Una mirada al frente para saber lo que se avecinaba y una buena noticia: me esperaba un hospitalario arbusto que me abofeteó ligeramente la cara. Al final no fue para tanto y me salí a poca velocidad. Por suerte el objetivo estaba cumplido y todo estaba grabado.



Anécdotas y descensos a parte la ruta no esta mal para alguien que no tenga mucha experiencia. Pretendo volver otro día y enlazar con alguna otra loma vecina, eso sí, prometo bajar con más calma.